lunes, 5 de noviembre de 2012

Santiago de Compostela - Finisterre. Sábado 29/09/2012

Levantarse a las 08.00 de la mañana no se puede considerar como madrugar en comparación con los horarios que hemos tenido durante el Primitivo. Cuando acabamos de recoger nuestras cosas nos topamos con Mirja que trastea con su portátil en el rellano de la escalera intentando solventar algunos temas de alojamiento y vuelos para los próximos días. “Quería ir con vosotros a la estación de autobús para despedirnos allí pero tengo que solucionar unas cosas urgentes” nos dice con tono apenado. Nos despedimos de ella y le prometo que cuando tenga su casa construida en Finlandia le haré una visita para que me enseñe los bosques y lagos de su país.

La estación de autobuses se localiza a un paseo de 20 minutos desde el albergue, “pecata minuta” para lo que hemos tenido que andar días atrás. Hacemos una parada fugaz en una pastelería y pedimos que nos envuelvan algo de bollería. Llegamos a la estación a las 09.15 y compramos los billetes con ida a las 10.00 y vuelta el domingo.

La compañía de autobuses se llama Monbus, y el precio por un trayecto de ida y vuelta Santiago de Compostela-Finisterre tiene un precio de 23,60 euros. Intento cerrar la hora del regreso, pero como ocurriera el día anterior con los billetes de Ira y Natasha no me dejan. La taquillera me comunica que las vueltas están abiertas, tienen preferencia los viajeros con billetes comprados pero hay que llegar con tiempo porque el autobús se puede llenar y quedarte en tierra. No entiendo este maldito sistema, tengo un billete de vuelta comprado y pagado y tendré que apresurarme por si me quedo sin asiento.

Desayunamos en uno de los bancos de la estación que a estas horas está semidesierta y aprovecho para cargar la batería de la cámara en uno de los enchufes del hall principal. A la hora fijada accedemos al autobús, tenemos billetes numerados pero luego cada uno se sienta dónde le place, otra cosa incomprensible. Me coloco en el lado izquierdo, me siento sólo ocupando dos asientos, me descalzo, me pongo cómodo y me quedo dormido mientras nos alejamos de la ciudad.

Me despierto y parece que vivo una ensoñación. La tibieza del sol que entra por la ventanilla del autobús en movimiento me mantiene en mi estado de aletargamiento mientras me desperezo en el asiento. A través del cristal percibo una postal panorámica de la Costa da Morte, con los tonos azules de las playas, del océano y del cielo formando una vidriera de color. Reclino la cabeza en el asiento y bebo sorbo a sorbo toda la naturaleza de un entorno que me impresiona. Pequeños pueblos pesqueros, mariscadores entre las rocas, barcas de madera varadas por la marea baja, pinares de un verde intenso y siempre como paleta de base los tonos azulados del cielo y del mar. He disfrutado mucho caminando, muchísimo y ahora viajo extasiado en este bus camino de Finisterre. Me alegro interiormente por haber tomado la decisión de prolongar el viaje y llegar un poco más allá.


Lydia pregunta al conductor cuantas paradas hay en Finisterre y éste responde que sólo hay una. Bajamos en ella y toca deshacer caminando un trecho de calles empedradas y carretera junto al mar que hace olvidar el dolor de mi pie, el día es magnífico, el sol brilla con fuerza en un cielo limpio y al pie del cuadro la preciosa Costa da Morte. Localizamos los apartamentos y Natasha sale a recibir, Ira duerme aún. Charlamos y contemplamos las vistas desde el balcón hasta que llega la hora de comer.




No conocemos nada en Finisterre así que pregunto a un lugareño de avanzada edad y me recomienda un restaurante al que se llega después de un pintoresco paseo por el puerto y la lonja de la población. El sitio recomendado se llama Casa Velay y el comedor ofrece unas vistas espléndidas sobre una pequeña bahía, a través de amplios ventanales.

 

Ira y Natasha quieren probar “langosta”, así que piden arroz con bogavante para las dos. Tardan en prepararlo pero merece la pena la espera, la cazuela en cantidad y calidad es considerable. Yo prefiero tomar algo más refrescante y pido salpicón de rape de primero y caldeirada de raya de segundo, las porciones son grandísimas. Para beber un Ribeiro de la casa y para postre una tarta de galleta y flan, casera y de magnífica factura. Tal vez sea el último exceso gastronómico en tierras gallegas así que lo disfruto; el precio por mi comida 25 euros.


 


La temperatura es agradable para caminar y emprendemos la marcha hacia el faro para ver la puesta de sol desde él. El camino no tarda en separarse de los acantilados rocosos para entrar en una carretera que asciende de manera lenta pero constante a la vez que va a alejándose de la costa. A medida que se gana altura se abre el plano sobre el azul del océano y se siente con mayor fuerza la brisa marina. Justo antes de llegar al faro vemos el simbólico mojón kilométrico 0.00, como final de la antigua peregrinación que se realizaba hasta este punto.




A la espalda del faro se congrega la gente, sentada sobre las rocas, para observar la inmensidad del océano Atlántico y los confines del mundo. Etimológicamente el vocablo Finisterre proviene de la época romana ya que dieron a este preciso lugar el nombre de “el fin de la tierra” (finis terrae) porque creían que la tierra terminaba aquí y más allá únicamente había agua.





El lugar es mágico y en él se respira una tranquilidad y atmósfera difíciles de describir. Pasamos un largo rato contemplando la infinidad del océano antes de explorar los alrededores, visitar una pequeña muestra pictórica dentro del museo y tomar una cerveza en la terraza del hotel que se ubica junto al propio faro. Desde esta atalaya nos aprestamos para asistir a un fenómeno que sucede cada día pero en el que pocas veces reparamos.

El espectáculo de la puesta de sol en este lugar es difícil de precisar con palabras. Mientras veo como el astro rey pierde altura en el cielo no dejo de pensar en la simbología que tiene este momento en el final de mi Primitivo. El disco solar se precipita hacia el horizonte vertiginosamente y llega el momento mágico en el que toca la divisoria entre tierra y océano. Un resplandor anaranjado refulge mientras el azul del cielo se va apagando en busca de la tonalidad más oscura del agua. Y ese instante pienso que mi Camino ha llegado a su verdadero final y que muere de la misma forma que el sol es engullido por el océano, de manera mística, trascendental, eterna.




En el horizonte contrario y en contraposición a lo que acabo de presenciar la luna llena gana altura y brillo en el firmamento mientras iniciamos el camino de regreso a la localidad. Si queremos llegar a tiempo antes de que el supermercado cierre y poder comprar la cena tendremos que apretar la marcha; Ira y Lydia empiezan a correr y se despegan de Álex, de Natasha y de mí. Confíamos en ellas para que lo logren.

Justo a las 21.00 y mientras se apagan las luces en el interior accedemos al comercio; Ira y Lydia ya están dentro y cargan productos en una cesta. Cenamos en un ambiente de recuerdo y narración de las vivencias experimentadas a lo largo de nuestro viaje y de cómo éste ha ido evolucionando en función de los acontecimientos y personas que hemos encontrado. Nos hemos adaptado al presente y hemos dejado poca especulación abierta al futuro. Vivir el momento y aprovecharlo; me doy cuenta de que mi intención al recorrer el Camino se ha transformado en realidad.




4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Guillermo, gracias por llegar hasta el final!!!

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    2. Hola Miguel. Te escribo estas líneas porque has sido nuestra guía y referencia para hacer el primitivo, además de un placer mientras te leíamos durante tardes brumosas de los montes asturianos y gallegos.
      Somos un grupo de 4 amigos albaceteños que salimos hace 13 días de Oviedo y ya estamos a la puerta de Santiago, con el bajón de abandonar el primitivo. Al plantear el viaje encontré tu blog, y ahora que terminamos puedo decirte que no se pueden plasmar mejor los sentimientos y las sensaciones que se experimentan en este camino. Muchas gracias por compartirlo!!
      Paco, Juan, Olga y Antonio

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    3. Hola!!!

      Me alegra que hayáis disfrutado del Primitivo como se merece. Gracias por tenerme en vuestros pensamientos al acabar vuestro Camino

      Espero que guardéis buen recuerdo por mucho tiempo


      Saludos


      Miguel

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