lunes, 5 de noviembre de 2012

Etapa 05. Pola de Allande - La Mesa. Jueves 20/09/2012



Otra noche más de reposo placentero y profundo ha pasado por mi cuerpo, es evidente que me sienta bien el esfuerzo físico extremo para descansar a conciencia. No sé si ha habido ruido por la noche o la gente ha roncado mucho, no me he enterado. Salgo de mi sueño reparador cuando suena la alarma del móvil de Laura y entonces noto como la actividad ha comenzado en el único dormitorio del albergue.

A las 07.35 y después de haber desayunado en la cocina del alojamiento municipal de Pola de Allande iniciamos la marcha atravesando para ello todo el pueblo. Las cafeterías hacen negocio con muchos peregrinos que buscan el impulso de un café para iniciar la que se presenta como una durísima jornada. La salida de Pola de Allande se hace por carretera con una pendiente fuerte pero no excesiva que tonifica las piernas para lo que se nos viene encima.

Cuando el Primitivo abandona la carretera para entrar en sendero de tierra la luz del alba es suficiente para ver por dónde se pisa. La primera parte del ascenso no es muy dura y se caminando siempre a la derecha del arroyo Nisón. A la altura del desvío para acceder al Albergue de Peñaseíta adelantamos a una pareja de Mallorca, su ritmo es más lento por lo que rebasamos su marcha. Al llegar al caserío de La Reigada el sendero se interna en un bosque frondoso de hayas y robles que sirve de escenario perfecto para olvidarse de la dureza extrema del tramo recién comenzado.


 



En esta ocasión el perfil de la etapa, que previamente hemos comprobado, no engaña y nos topamos con los kilómetros más duros de la ascensión y posiblemente del Primitivo, pero tal vez sean los más gratificantes. La exuberancia de la naturaleza se manifiesta en cascadas y puentes de madera que las cruzan al tiempo que los árboles dan cobijo al peregrino en días soleados y espléndidos como el de hoy. El lugar te absorbe, llena la mente, te inhibe de la realidad y del esfuerzo que se está realizando.

 


Desde Pola de Allande, de dónde se parte con una altitud de 524 metros, hemos alcanzado los 900 metros al llegar al cruce con la carretera y aún quedan otros 250 que salvar. La sensación es la misma que el que abandona un túnel de carretera, hacia la luz, pero con una diferencia grande: la decoración del túnel que acabamos de pasar tardaré tiempo en volver a verla, ni siquiera algo que se le asemeje, y por mí podría hacer durado cien kilómetros más.

Al cruzar la AS-14 la dureza no ceja aunque el panorama ha cambiado por completo. La tupida vegetación ha dejado paso a un escenario de alta montaña, casi lunar, pero la espectacularidad no ha descendido en absoluto, simplemente se trata de conceptos diferentes de belleza. Hacemos un alto de 5 minutos y aprovecho para despojarme del polar porque aquí no hay sombra y el sol, aunque no muy fuerte, pega de lleno. Nos adelanta Carles, un señor de Barcelona, y que habíamos visto el día anterior a paso ligero cuando nos sobrepasó en compañía de la chica inglesa. Lleva una programación distinta de etapas y por eso camina más rápido. El último tramo antes de coronar el puerto se hace extenuante, parece que la mochila y la gravedad tiran de tu cuerpo hacia atrás por lo que hay que compensarlo caminando de puntillas, trabajando los gemelos e inclinándose hacia delante.



Pero en la vida todo tiene un fin, y el Puerto del Palo (1.146 metros) no iba a ser menos; la planicie de su coronación nos da la bienvenida y nos depara la compañía de ganado vacuno, impasible ante los peregrinos. Ha sido duro, sí, pero también he alcanzado una gran paz interior superando este coloso dentro del Primitivo. Se ha librado una batalla sin vencedores ni vencidos, porque el Puerto del Palo seguirá plantando cara a todos los que osen hollarlo y dejará cicatrices permanentes en sus mentes, cicatrices en forma de recuerdos inmortales.





El viento fresco hace que nos pongamos en marcha sin mucha dilación y nos enfrentemos a una bajada que en su primer tramo resulta técnica por su gran inclinación y su terreno de piedra suelta. Me encuentro en este hábitat como pez en el agua y me dejo caer trotando cuesta abajo y con la ayuda de los bastones no me hace falta pisar con fuerza, sólo marcar los pasos y mover las piernas como si flotara en el descenso. Antes de cruzar la carretera me detengo para tomar algo de fruta y una barrita de cereales mientras mis compañeros me dan alcance; ellos se están tomando la bajada con mayor calma. Cuando me alcanzan sobrepasan nuestra posición dos motos de trail y una de ellas cae porque bajan despacio detrás de Laura, Álex y Lidia y es difícil mantener el equilibrio a esa velocidad.




Sobrepasada la carretera el terreno no es tan escarpado y no es preciso destinar toda la atención a ver dónde se pisa por lo que el recreo de los sentidos con los paisajes y las vistas panorámicas se impone. Poco antes de llegar a Montefurado me topo con un peregrino que recorre el Primitivo al revés; viene desde Santiago y dice que es complicado en algunos puntos seguir las flechas y conchas en sentido contrario. Lo fácil, como todo en la vida, es hacer las cosas convencionales; lo complicado ir a contracorriente. Y además no se suelen comprender las razones que llevan a este comportamiento. Doy ánimos al peregrino, entiendo la complejidad de su aventura.




Montefurado nos recibe con apenas media docena de gallinas picoteando el suelo y cuatro casas de piedra con tejados de pizarra que parecen a todas luces inhabitadas y eso es precisamente lo que da magia al lugar y mérito a su único habitante. Vivir en un lugar inhóspito puede dar grandes alegrías si la escala de valores que se posee premia la meditación y la propia introspección. Eso sin contar la belleza muda que ofrece el enclave.



Es necesario atravesar la puerta de una finca privada para continuar avanzando y después de una suave subida a lo alto de una loma se abandona la propiedad para iniciar un descenso por camino de tierra que sigue permitiendo vistas insuperables. Lydia empieza a resentirse del cuádriceps y su paso se torna más lento. Laura y yo, sin prisa excesiva, llevamos un ritmo más vivo y recorremos a media ladera la distancia que nos separa de Lago







La localidad nos recibe con la imagen de su iglesia parroquial y las reservas de leña que empiezan a aflorar en los cobertizos de las pocas casas que las componen, preludio del invierno duro que se avecina en estas latitudes. Paro en una fuente a llenar la cantimplora pero no hay agua. Nos reagrupamos poco antes de llegar a la AS-14 que es dónde se encuentra el Bar Serafín. En su patio, a la sombra de una parra, nos tomamos una cerveza bien fría. Es justa recompensa después del hito que hemos superado hace algunos kilómetros. Llega Laura, la chica que pensábamos original de Inglaterra. Se une a nosotros para tomar algo fresco porque el día es caluroso y nos cuenta que es de Escocia aunque lleva muchos años viviendo en Londres trabajando para la caridad.

Después de picotear frutos secos y queso que portamos en la mochila como acompañamiento de las cervezas, sellamos y retomamos la marcha. Álex y Lydia han salido antes porque caminan más lento. La chica escocesa se une por un rato a Laura y a mí. La carretera se abandona en el mismo Lago para tomar un camino que recorre una zona tupida de pinos y así, alternando asfalto y tierra en parajes de este signo llegamos a Berducedo. A lo largo del Camino he podido emplear mi inglés de academia y experimentar la variedad de acentos que tiene este idioma en algunas de sus variantes, con nativos (EEUU, Inglaterra) y no nativos (Finlandia, Israel, Alemania).


Mientras Álex, Lydia y Laura pasan por la farmacia del pueblo a comprar algunas cosas me dedico a investigar dónde comer, ya que son casi las 14.00. Tengo información de un restaurante en la localidad que sirve comida en la que se fusionan lo tradicional y lo moderno pero me indican que ha cambiado de dueño y hoy está cerrado. Recuerdo haber leído en algún blog de peregrinos que me precedieron en el paso por Berducedo que en la tienda de ultramarinos Casa Gago, la señora Amalia puede preparar algo para poder comer caliente.


Después de insistirle por un rato accede y nos dice que nos preparará algo de arroz, huevos fritos y unas ensaladas. El local dispone de una especie de trastienda con una pequeña barra de bar y algunas mesas qué rápidamente son acondicionadas para poder comer en ellas. Será por el hambre, será por la fatiga, será por las expectativas que había creado entre mis compañeros de andanzas con la comida casera de la señora Amalia, pero losencillos platos que nos ofrece nos saben a gloria. Arroz a la cubana, salchichas, y ensalada de atún, tomates de huerta y cebollas regados con cerveza bien fría.




Vemos pasar a Mirja por la ventana y salgo a buscarla. Invitamos a la chica finlandesa a que nos acompañe en la mesa y disfrutamos del improvisado ágape a la vez que nos confirma que ella hará noche en el propio Berducedo. Pagamos 5 euros por cabeza, bebida aparte, pero creo que si me hubieran pedido 20 los habría pagado igual, simplemente por ver la dedicación y el esmero de la señora al atendernos y explicarnos que tiene 5 hijos y que la hora de la comida suponía para ella zafarrancho de combate. Creo que ha disfrutado preparando las viandas y su mente ha vuelto por un momento a pensar en sus retoños correteando por la casa.

La aldea de Berducedo se abandona tras pasar por delante de su iglesia a través de un camino que toma dirección hacia el monte. Antes de eso Laura, la chica escocesa, compra un bordón de madera fabricado por un anciano de la localidad. El hombre se niega a que le fotografíen, dice “que su familia no se lo permite” supongo que por temor a ciertos desalmados que puedan mofarse de la condición mental del anciano. Respetamos su decisión una vez que Laura ha pagado el euro exigido a cambio de su nuevo y recién adquirido bastón.

Primero por camino, luego por asfalto y siempre con las moras que las zarzas de la madre naturaleza nos ofrecen como postre a la comida casera recién ingerida, vamos ganando terreno al Primitivo en dirección a La Mesa. El último tramo sobre asfalto, a pesar de que es descenso continuo se hace largo y acaba por recalentar mi pie derecho; seguro que tengo una ampolla. Esta tarde me la tendré que curar.




La Mesa es una población formada por escasas viviendas y nos da la bienvenida con señoras que retornan de sus labores en el campo y grupos de ganado que son conducidos por sus dueños de vuelta a los establos tras pastar en libertad durante el día. En el Albergue Municipal de La Mesa nos esperan Antonio y María Jesús, únicos en llegar por ahora, que siempre prefieren caminar toda la mañana sin altos y comer en el destino. No hay problemas, disponemos de camas libres y aún quedan algunas vacías para los que puedan llegar.


 

En el exterior del albergue hay mesas y bancos de madera, en los que se respira la tranquilidad de la vida rural y se disfruta del paisaje que rodea el entorno. La tarde es agradable y tras una ducha y la colada de rigor, Antonio me examina la ampolla que me ha aparecido en el pie derecho, justo detrás del dedo gordo. Me la pincha, me saca la sangre y deja el hilo en su interior para que siga supurando. Mientras charlamos la tarde va cayendo y desde el albergue podemos saber si nuevos peregrinos vienen de camino por la amplia perspectiva de la carretera que se tiene desde el lugar. Llegan Natasha e Ira, y más tarde un chico alemán, seguido por otros dos españoles y por último una pareja de polacos. Somos 14 en total, justo las camas de las que dispone el alojamiento.



Aparece Raúl, el hospitalero que regenta el sitio. Es de Barcelona y se quedó sin trabajo hace un año por lo que intentó la aventura en zona rural compaginando las labores de hospitalero con el desempeño de pequeñas chapuzas y reformas que lleva a cabo en tierras del concejo. Nos da información detallada y amena de lo que nos espera al día siguiente, de la presa, del embalse, de Grandas de Salime, su museo etnográfico en incluso datos de interés para jornadas sucesivas. Después del trámite del cobro de la cuota por el alojamiento (5 euros) y sellar las credenciales. dice que se va a acercar a Berducedo con su furgoneta y que podemos encargarle algo si nos hace falta para la cena. Unas cervezas no nos vendrán mal y se lo hacemos saber, del mismo modo que le pedimos el favor de que se lleve a Ira y Natasha al pueblo para que puedan comprar algunos víveres ya que no contaron con la nula presencia de servicios en La Mesa.

Preparamos una sopa con el escaso pero suficiente menaje de la cocina del albergue y montamos una cena al aire libre sobre los bancos de madera del exterior. Un poco de queso de cada tipo, algo de chorizo que nos queda en la mochila, unas uvas, algunos frutos secos y las cervezas que hemos enfriado en la nevera. El albergue no tiene unas instalaciones espectaculares, es más, le haría falta un lavado de cara y ser remozado en su totalidad, pero ofrece algo que otros no tienen, y es su entorno único, tranquilo y familiar.


El ambiente de concordia y paz que se respira entre los 14 peregrinos que dormiremos allí esa noche es la primera vez que lo siento en el Camino, y es una de las cosas que buscaba cuando opté por este recorrido. Cenar bajo un manto de estrellas y tener sobre mi cabeza la vía láctea clara y nítida como impertérrito testigo no tiene precio, y si además la compañía es agradable y conoces algo más de las dispares vidas de tus compañeros peregrinos este viaje bien ha merecido su peaje.



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