lunes, 5 de noviembre de 2012

Etapa 12. Boente - O Pedrouzo. Jueves 27/09/2012



La mañana ha amanecido completamente despejada y el cielo raso acaba por imponerse a las nubes y brumas de los últimos días. Ya llevo tres o cuatro días mimando mi meñique del pie derecho y protegiéndolo con una gasa para minimizar en lo posible el roce y el impacto de las pisadas. Me sigue molestando, lo único que me puede aliviar es dejar de caminar un par de días, pero ahora eso es inasumible y menos estando a 45 kilómetros del destino.

Estamos cogiendo la costumbre de abandonar los albergues en última posición. Supongo que en ello colaboran dos cosas; que tenemos reserva y plaza asegurada para dormir ese día y no es necesario entrar en competencia con otros peregrinos y que el cansancio acumulado se deja notar. Nos tomamos con relajación el desayuno en el bar del albergue; zumos, café, chocolate, algo de bollería…



El cielo nublado de etapas pasadas ha ayudado a que las temperaturas matinales fueran suaves; hoy sin ese manto protector el fresco se hace patente. No me importa, en cuanto entre el calor llevar pantalón corto no será ningún inconveniente. Me preocupa más el pie, al principio el dolor es agudo, como si caminara sobre cristales, a medida que la sangre circula se va mitigando. Sin llegar a ponernos en marcha cruzamos la calle y estampamos otro sello en nuestra credencial, el de la Iglesia de Santiago, hacía tiempo que sólo veía tampones de bares y restaurantes.

Por suerte el Camino pronto se interna en sendero bajando por una pista hasta el río Boente, frontera natural entre los términos de Boente y Castañeda. En días anteriores nos avisábamos, voz en grito, de la presencia de “coches” en los tramos de carretera. Ahora el grito se ha transmutado en “bicis”; hay que tener cuidado con ellas, son silenciosas y cuando menos te lo esperas te pasan muy cerca.

El terreno con aspecto de tobogán prosigue hasta Castañeda a dónde se accede primero por un duro repecho de tierra que culmina en la N-547 para luego proseguir esta carretera y desviarse de ella a la altura del albergue. Se inicia un nuevo descenso a través del monte hasta llegar al río Iso, junto a cuyas orillas se erige la población de Ribadiso de Baixo. Lo más peculiar de esta localidad es el albergue, quizá de los más bonitos de Galicia por enclave y tipología de estructura; se trata de casetas de madera elevadas sobre el terreno que simulan construcciones antiguas y que se funden con el entorno. Ya nos advirtió Antonio que merecía la pena quedarse a dormir allí, pero nuestro ritmo el día anterior no fue lo suficientemente rápido para llegar al albergue a tiempo.


El término “da Baixo” pronto toma significado para mí. La población está en un hoyo, pegada al cauce del río y los 3 kilómetros que la separan de Arzúa son cuesta arriba con ciertos repechos muy duros y como colofón sobre asfalto, lo que más machaca mi dolorido pie. Pienso en avanzar y consumir tramos de etapa, cuanto más rápido camino menos me duele el pie y menos tiempo lo masacro. Veo una pintada en una señal que me reconforta “El dolor es temporal, la gloria para siempre”. Me motivo adelantando peregrinos, cuando lo hago mi cuerpo segrega adrenalina, sustancia que actúa como sedante ante mi dolor. En menos de lo que imagino llego a Arzúa, es hora de parar y tomar algo de comer y de beber, el sol empieza a apretar.

Cuando el resto de compañeros llegan a mi altura entramos en un local que sirve bocadillos, A Queixeria de Arzúa. Me como a medias con Laura uno de chorizo caliente con queso fundido y para beber una jarra grande de cerveza tostada Superbock, es la primera vez que la pruebo, dado su origen portugués debe ser frecuente encontrarla en Galicia. El desayuno ha sido reparador pero enfrentarme de nuevo al dolor de mi pie en frío me devuelve a la realidad; me tomo un Ibuprofeno, mezclarlo con alcohol no es recomendable, pero qué más da, no voy a conducir, y por probar no pierdo nada. Abandonamos Arzúa zozobrando en un reguero de gente: aquí también confluye el Camino del Norte con el Francés.





El antiinflamatorio muestra su eficacia y el dolor en mi hinchado dedo meñique se atenúa hasta casi desaparecer, puedo caminar y charlar sin sentir la presión en mi pie derecho y de esta forma disfrutar de la compañía y del paisaje. Éste se torna de nuevo más rural y después de atravesar un par de ríos se llega en subida hasta Preguntoño y desde la aldea se continúa en ascenso entre prados ocupados por ganado y cultivos de maíz. Los eucaliptos pueblan cada vez más el paisaje gallego y viajamos por sendas forradas de hojarasca seca. El tramo resulta de una belleza inenarrable; eucaliptos, robles, pinos…tiñen de tonos amarillos y ocres el paisaje donde el verde, en un otoño que está a punto de llegar, sigue predominando. Y a pesar de lo concurrido del Camino, me abstraigo, me evado, me inhibo; quiero disfrutar de esto.





Algunas aldeas más atravesadas, un par de horas transcurridas desde la anterior parada y todos de manera cómplice queremos detener la marcha de nuevo, como si supiéramos que el Camino termina y tratáramos de prolongarlo al máximo, retrasando lo ineludible. Una cerveza fresca, uvas, almendras y una terraza al sol en el sitio de Calzada (Casa Calzada, mojón km. 31,5) conforman nuestra atalaya particular desde la que observamos el paso de peregrinos a escasos metros de distancia. Por un momento me siento fuera de la película, como si no hubiese actuado en ella, como si fuera un simple espectador, pero es volver a colgarse la mochila a la espalda y uno se mete de nuevo en el papel, en ese rol de caminante que me ha poseído desde que arrancara en el ya lejano Oviedo.


Se deja atrás el Concejo de Arzúa y se entra en el de O Pino, y el suceder de las aldeas, parroquias y poblaciones continúa sin que el peregrino llegue a saber en cada momento dónde está, porque los límites aparecen difusos, se pierden, se confunden, pero eso carece de importancia; lo relevante es que se sigue caminando por el entorno rural gallego, que al final ha terminado por atraparme.






Se atraviesa Salceda y justo al entrar en un camino que se distancia de la carretera me detengo en el monumento al peregrino Guillermo Watt, fallecido en este mismo lugar en el año 1993. Desconozco la historia de esa persona y los motivos que le llevaron a recorrer el Camino; se me pasa por la cabeza que al menos murió haciendo lo que quería hacer. Y aunque físicamente no pudo alcanzar Santiago, me imagino que su recuerdo si habrá llegado hasta la catedral, en un pequeño compartimento de la mochila de miles de peregrinos que se detienen a leer la leyenda de la placa que evoca su muerte.

Definitivamente consensuamos que los mojones kilométricos carecen de exactitud. La etapa inicialmente prevista era según libros, guías y mojones de 25 kilómetros pero la distancia no concuerda con lo que marca el GPS que indica mayor trecho recorrido. Nos detenemos unos minutos a descansar en un muro de piedra, instante en el que nos alcanza Mirja, descolgada detrás de nosotros desde Arzúa. Con ánimos renovados afrontamos un último tramo de ascenso que nos lleva al punto más elevado de la jornada en el Alto de Santa Irene. Son las 15.30 y aunque el hambre no azuza en exceso convenimos parar un rato para picar algo ligero.




El Restaurante O Ceadoiro (Ctra. Santiago-Lugo) se ubica en el lugar preciso, en un cruce de carreteras con varias opciones de restauración. Una ración de raxo gallego, una Estrella Galicia y un helado son suficientes para cubrir los menos de 4 kilómetros que el posadero nos dice que faltan para O Pedrouzo. El Camino en suave descenso abandona la carretera y por pistas cubiertas por frondosa vegetación se llega a Santa Irene y a Rúa. El tamaño de los eucaliptos proporciona una sombra que se agradece; a pesar de ser finales de septiembre el clima quiere ser benévolo con nosotros y que disfrutemos de la aproximación a nuestro destino.


Nos detenemos en un punto de información turística también recomendado por Antonio para hacer acopio de planos y mapas de Santiago y recopilar horarios de autobuses para Finisterre, dónde Ira y Natasha pasarán el fin de semana. Ya sólo nos queda ascender cómodamente hasta O Pedrouzo con un Camino que serpentea y se cruza constantemente con la carretera. Localizamos la gasolinera y el albergue al que nos remitió la señora de la pensión para recoger las llaves. Estamos cansados y aún nos resta atravesar toda la localidad en busca del lugar donde pernoctaremos, Pensión Maruja.

Llega la dueña y nos conduce a la segunda planta, dónde haremos noche hoy (15 euros por persona). Nos deja las llaves y nos explica como enganchar con el Camino al día siguiente desde este punto. Estoy cansado, me duele el pie una vez que el efecto del Ibuprofeno se ha diluido así que me tumbo en la cama y remoloneo para ser el último en ducharme. Álex, Lydia e Ira se van al supermercado a comprar víveres para la cena, tendremos que picar algo porque la cocina que hay en el alojamiento está cerrada y no podremos hacer uso de ella.

Improvisar se nos da bien y en una de las habitaciones montamos una mesa de celebraciones “ad hoc” con la puerta que Álex desmonta de un armario. Tampoco tenemos nevera pero no va a ser complicado soslayar este inconveniente: en un momento fabrico un frigorífico “casero” con un poco de hielo flotando en agua dentro de una papelera de plástico. Ira y Natasha sacan unos altavoces de su mochila pequeña (aparte de las grandes llevan una de menor tamaño) dónde cargan todos sus “gadgets” electrónicos; altavoces, tabletas informáticas, regletas con enchufes, cámaras de fotos, baterías adicionales….Increíble!!!


Es la última vez que cenaremos juntos, y posiblemente sea la última ocasión en que volvamos a coincidir todos. Procedemos de lugares distantes y volver a reunirnos simultáneamente es improbable. Lo sabemos y tomamos consciencia de ello. Recorremos de nuevo el Camino, esta vez mentalmente poniendo en valor las cosas que más nos han sorprendido, que más nos han gustado, que más hemos disfrutado, aquello que hemos aprendido a valorar en mayor medida... Suena a epílogo escrito antes de tiempo, antes de un desenlace que se antoja previsible, pero su sabor es dulce. Y eso es una bendición para alguien tan goloso como yo.



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