No pierdo la rutina de madrugar ni en vacaciones, otro día más que estoy en pie a las 06.30, hora en la que automáticamente se encienden las luces de las habitaciones. Cuando abandonamos la segunda planta dónde hemos dormido hacemos una parada en el dormitorio de la primera. Mirja está en el suelo, sobre el colchón que originalmente ocupaba la parte alta de una litera. A medianoche ha vomitado y se ha colocado fuera de la misma para importunar al resto de peregrinos lo imprescindible. Nos dice que lleva varios días con problemas estomacales y que ha decidido ir al médico en Lugo, nos verá en Ponte Ferreira, dónde todos tenemos reserva para dormir después de la etapa de hoy.
La calle empieza a despertar y personas con caras somnolientas se dirigen a sus puestos de trabajo a la par que caminamos hacia la Plaza del Ayuntamiento. Entramos en la Cafetería Los Soportales y allí pedimos café, tostadas y bollería para el desayuno. Aquí los hombres vestidos con traje camino de su oficina han sustituido a los paisanos que madrugan para ocuparse de las labores agrícolas, pero en el fondo da igual, cada uno tiene sus obligaciones.
Cerca de la cafetería
vemos una panadería artesanal con decoración ultramoderna que llama nuestra
atención por lo elaborado de sus panes, tartas y pastelillos; Laura compra una
enorme porción de pan con pasas. Una lástima no haberse percatado del lugar
antes, habría sido un escenario ideal para un desayuno. El reloj de la plaza
está a punto de marcar las 8 cuando comenzamos a caminar. No llueve y los
peregrinos se recrean en la puerta de Santiago tratando de inmortalizar el paso
por tan significado punto y echando un último vistazo a la Catedral de Lugo.
La salida de la urbe se hace cuesta abajo, recorriendo terreno resbaladizo por el agua caída la noche anterior y esta es la tónica que se sigue hasta alcanzar la cota del río Miño, testigo atemporal de la ciudad desde sus orígenes romanos que el Camino cruza por un puente (Ponte Vella) que data de aquellos tiempos. El Primitivo coquetea con el cauce del río y deja atrás unas instalaciones deportivas fluviales para girar a la izquierda a la altura de la pequeña iglesia de San Lázaro.
Cuesta arriba y por asfalto los peregrinos que coincidimos en el inicio de etapa reptamos como podemos por los duros repechos, impasibles ante nuestro esfuerzo. La pendiente desaparece y el llano hace acto de presencia una vez se toma la carretera comarcal LU-2901. El amenazante color plomizo del cielo nos hace acelerar el paso y poner una marcha bastante viva que hace que vayamos descolgando a la media docena de personas que caminaban cerca desde Lugo.
Afortunadamente no es preciso transitar por el arcén de la comarcal y un estrecho sendero permite el discurrir peatonal en el lado derecho de la misma. A la altura de la localidad de Seoane toca sacar la capa porque comienza a chispear. Tenemos suerte porque no descarga con fuerza y al cabo de un rato cesa la débil llovizna. Me entretengo viendo un paisaje en el que predominan prados y vacas y de esta forma se atraviesa la población de San Vicente do Burgo, dónde hacemos caso omiso a los carteles que anuncian la presencia del Mesón As Searas. Cuanto más avancemos menos probabilidad tendremos de mojarnos.
Después de desviarnos por un par de caminos que rompen la monotonía del asfalto volvemos a la comarcal LU-2901 y es cuando empieza a llover, primero de manera moderada y después torrencialmente. Álex y yo apretamos en cabeza, el GPS nos dice que queda poco para San Román de Retorta, único sitio que nos ofrecerá cobijo. Los frondosos árboles al pie de la carretera actúan como visera ante el agua y la amortiguan ante nuestro paso pero al salir a terreno abierto recibimos la lluvia sin amparo posible.
Al llegar a la localidad buscamos el pequeño porche lateral del Mesón de Crecente dónde dejamos mochilas y capas impermeables antes de entrar al interior del local dónde Antonio y María Jesús descansan. Han llegado antes de que empezara a caer la “mundial” y no se han mojado. Mientras la dueña del mesón me prepara un bocadillo de queso de Arzúa (típico de la zona) Antonio examina mi pie derecho, el único que me está causando problemas los últimos días. Drena de sangre de la ampolla, aquella que me salió en la parte trasera del dedo gordo, se ha hecho más grande con el avaznzar de los kilómetros y la dureza del asfalto.
Pasamos más de una hora en
el mesón que es a la vez tienda de ultramarinos esperando a que escampe. En ese
intervalo de tiempo llegan dos chavales jóvenes calados hasta los huesos porque
no caminan con indumentaria adecuada. También aparece Sandokan y se toma un
vermouth a “palo seco”. El grupo al que presta servicio de apoyo con su
furgoneta se ha instalado en una carpa en el exterior del mesón a la espera de
que afloje el chaparrón.
Antonio y María Jesús se
lanzan a caminar en cuanto disminuye la intensidad del agua que aún así sigue
cayendo. Preparamos nuestras prendas impermeables y reiniciamos la marcha
cuando casi el chubasco ha desaparecido; por primera vez en el Camino visto
pantalón largo (de corte impermeable sobre el corto que empleo habitualmente).
En este punto comienza una variante al Primitivo tradicional, que es conocida
como Calzada Romana; su inicio lo marca un miliario romano (réplica del
original que marcaba la Calzada Romana de Lugo a Iria Flavia, ahora en un
museo) y está señalizada con flechas amarillas (nada de mojones con vieiras).
Se dejan atrás los dos
albergues que existen en San Román de Retorta, uno de carácter público y otro
privado. Esta Vía Romana es preciosa y atraviesa primero por calzada y luego
por camino zonas boscosas de gran espesura que desembocan en una bajada
pronunciada que permite vistas muy amplias sobre el valle y el horizonte. Se
avanza por terreno rural con subidas y bajadas constantes y atravesando varias
aldeas sin servicios que nos ofrecen estampas de la vida en el campo; hórreos,
huertas, gallinas, cobertizos… Los pantalones impermeables me empiezan a dar
calor y noto el sudor en mis piernas pero me da pereza parar para quitármelos;
no falta mucho para el destino.
En un cruce de carreteras vemos la primera indicación hacia el albergue de Ponte Ferreira, sólo restan 900 metros. Abandonamos la carretera y una pista vecinal desciende hasta la ribera de un arroyo dónde impasible al paso de los siglos aguanta en pie la construcción romana de Ponte Ferreira. Una estrecha calzada de anchos adoquines en medio de una vereda de bosque eleva el Primitivo hasta la carretera local que en 200 metros nos planta en el alojamiento.
El Alberguede Ponte Ferreira nos recibe con la calidez de una chimenea encendida en una esquina del salón principal donde nos atiende la pareja que lo regente (María y Vicente), de manera amable y atenta. Pagamos los 10 euros que cuesta hacer noche en este lugar y sellamos la credencial. El lugar es el más acogedor que nos hemos encontrado en estas diez etapas que hemos recorrido. Un caserón de piedra decorado al estilo rústico tradicional en su interior, donde la piedra y madera se fusionan de manera natural. Nos conducen hasta nuestra habitación, la más pequeña del sitio, con 6 camas distribuidas en 3 literas y una supletoria adicional, oculta a la vista.
Nos duchamos en los baños que se comparten con el resto de habitaciones y solicitamos papel de periódico a los hospitaleros para poner a secar nuestras zapatillas, no están húmedas (el Goretex funciona a la perfección) pero forma parte del ritual ya aprendido en estas jornadas pasadas por agua. Tomamos una cerveza al calor de la chimenea; no es que haga frío en el exterior pero a todos nos gusta sentirnos cautivos de la hipnosis que produce el crepitar del fuego.
En la planta baja del
albergue hay una especie de sala de estar con modernas máquinas de vending; de
ella extraemos lasaña y canelones que se calientan en un microondas disponible
para este cometido. Son las 3 de la tarde y no queremos comer muy fuerte porque
hemos dado aviso de que cenaremos en el albergue así que completamos los platos
precocinados que compartimos con algo de fiambre y frutos secos que aún guardan
nuestras mochilas.
Paso un rato de la
sobremesa charlando con los dueños del albergue que comen mientras no dejan de atender las solicitudes de los peregrinos. Abrieron el negocio hace seis
meses y poco a poco están intentando añadir activos al alojamiento para aumentar
su atractivo. Les felicito fervientemente por la gestión que están haciendo, es
el albergue más acogedor que he visto en todo el Primitivo. Llega una señora
francesa que no habla español y un joven peregrino (de los que esta mañana
llegaron a Crecente empapados) hace de traductor; al parecer la señora ha
sufrido una confusión y ha mandado por mensajería la mochila con sus
pertenencias a Cebreiro ya que quería hacer el Camino Francés. Pero estamos en
Ponte Ferreira (el cierto parecido de los nombre ha causado el equívoco) y aquí figura la señora sin ropa, sin enseres y con su mochila a decenas de kilómetros.
Necesita un taxi que la lleve allí y que le cobrará 120 euros. No puedo dejar
de sentir lástima por ella, es la primera vez que me he entristecido a lo largo
de estos días.
Subo a descansar un rato
en la habitación y a las 19.00 bajo a la zona del bar. No hay cobertura dentro
de la casa, hay que salir fuera y cruzar la carretera para buscar posición al
lado de un viejo roble que es donde la señal gana fuerza. Recibo un SMS de
Mirja; empezó a caminar a las 13.00 después de asistir a la consulta del
médico, que le ha diagnosticado una gastroenteritis bacteriana y la toma de medicamentos
para hacerla desaparecer. Veo aparecer a Ira y Natasha en compañía de otro
peregrino, es ruso y se llama Alexksey.
Es la segunda vez que hacemos una colada conjunta para aprovechar la capacidad de carga de la lavadora. A pesar de que no hay secadora los hospitaleros nos habilitan un tendedero en la zona común de la segunda planta dónde nos aseguran que la ropa se secará para la mañana siguiente. Son las ocho cuando nos avisan para que bajemos a cenar. Pasta, ensalada de queso y tomate, pan, vino y de postre un cornete de helado. En nuestra mesa nos sentamos Álex, Lydia, Laura y yo. Antonio y María Jesús en la contigua. Natasha, Ira y Alexksey comparten mantel con un grupo de holandeses que también venimos viendo hace días.
Recibo una llamada de Mirja y tengo que salir del comedor en busca de cobertura. No ve las señales del albergue y ya se ha hecho de noche. Le doy explicaciones de cómo llegar y le ofrezco ir a por ella en el coche de Sandokan: me dice que no vayamos a buscarla, que ya se las apañará. En contra de su deseo y ante la preocupación creciente de todos porque no sabemos a ciencia cierta la ubicación de Mirja, Lydia y yo explicamos a Sandokan la circunstancia y de manera pronta se ofrece a llevarnos.
El interior de la
furgoneta es dantesco; papeles por todo los lados, un cenicero que rebosa
colillas de tabaco negro, mapas esparcidos en los asientos, suciedad por
doquier… Encontramos a Mirja a poco más de dos kilómetros del albergue, con una
noche ya cerrada, no porta ropa de alta visibilidad y además justo empieza a
llover. Sandokan para y Mirja se acerca a su ventana. En la oscuridad no se fía
de la situación hasta que nos ve a Lydia y a mí, y en vez de alegrarse parece
enfadada por haber hecho caso omiso a su indicación de que no fuéramos en su
busca.
Una vez en el albergue los
hospitaleros siguiendo en su tónica de amabilidad preparan a Mirja arroz
hervido cuando saben de sus problemas intestinales y la acompañamos mientras
cena y nos cuenta su largo y difícil día. Cuando termina de cenar se levanta,
se acerca a la barra y vuelve con una botella de vino que acaba de comprar; a
pesar de su enfado anterior nos da las gracias por habernos preocupado por ella
y nos los agradece invitándonos a brindar. Pasamos un rato agradable en
compañía de Alexksey y su fuerte acento ruso cuando habla inglés. Nos narra su
Camino que comenzó en Roncesvalles y en tres días le ha llevado a Lugo, a base
de autobuses!!!! Es el primer albergue en el que duerme.
Antes de que los dueños del albergue se retiren dejamos pagada la cena y las últimas consumiciones. En la habitación dormimos casi todos los que hemos formado esta extraña familia con el devenir del Primitivo. Hoy siento que duermo como si estuviera en casa.
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