lunes, 5 de noviembre de 2012

Etapa 08. Padrón - O Cádavo Baleira. Domingo 23/09/2012



He escuchado el sonido de la lluvia de madrugada cuando me he levantado para ir al baño, no es nada que llegue por sorpresa puesto que se esperaba agua. Por la mañana el salón principal del albergue parece una pasarela de modelos y todos luciendo plástico impermeable; chubasqueros, capas de agua, pantalones… El desayuno lo tomamos allí mismo, no es cuestión de comer mientras caminamos, hoy no hace día para eso.

Me estreno con la capa de agua que es más cómoda y fácil de poner de lo que me imaginaba. Al abandonar el albergue la sensación no es de frío. Ni siquiera el agua que cae del cielo lo hace de forma generosa; lo peor es el viento, racheado, incómodo, traidor… A la salida de Padrón tenemos ciertas dificultades para encontrar y ver las conchas, parece que estuviéramos noqueados entre la oscuridad y las nuevas condiciones meteorológicas. De entre las sombras aparece el doble de John Locke para hacer de guía y mostrarnos el camino, nos ha salvado porque estábamos “perdidos”.

Sin apenas tiempo de aclimatarme a la nueva indumentaria el agua deja de caer, pero como la capa también corta el viento y evita que me enfríe, la mantengo sobre mi cuerpo. Vereda, carretera y vereda a través de pinares en un subir para luego bajar son el escenario que encontramos en los primeros kilómetros hasta llegar a la localidad de Piedrafitela. Desde aquí se inicia una subida por un tramo de bosque donde alguno de los peregrinos que viajan con coche de apoyo nos adelantan; caminan sin mochila.




Al coronar una pequeña loma nos azota el viento con virulencia a la vez que hace girar las aspas de los aerogeneradores próximos; dadas las circunstancias apretamos el paso y entramos en otra zona de llano completamente despejada que apenas nos protege de la intemperie; hasta las vacas parecen observar nuestro paso entrecortado. Desde lo más alto del monte se inicia una bajada suave con camino ancho entre árboles dónde la lluvia empieza a apretar y luego se transforma en un sendero más estrecho con vistas fantásticas.






Antes de llegar a Paradavella al pie del camino por el que se transita te topas con Casa García. El dueño, de nacionalidad argentina, está desbordado por algunos peregrinos que nos precedían y han llegado antes pidiendo bocadillos para su desayuno. En vista de que va a tardar en atendernos autoestampo un sello en mi credencial y me pongo en marcha mientras me como un trozo de pan con salchichón. Laura se queda a tomar un café y acuerdo con ella encontrarnos en el próximo bar, ella quiere descansar un rato y Álex y Lydia arrancaron unos minutos antes por delante de mí.

Salgo a la carretera y atravieso las cuatro casas que forman Paradavella donde el coche de apoyo congrega a los de su grupo a la puerta del bar Casa Villar que de momento está cerrado. El Primitivo deja el asfalto para meterse por una vereda estrecha que gana altura y luego se mantiene a media ladera con vistas espectaculares sobre el bosque y la carretera de más abajo. Adelanto a Lydia y Álex y mantengo mi marcha salpicada con paradas para contemplar el entorno natural que me rodea. Es un bosque antiguo, con solera y cierto magnetismo; de aquellos que dicen son lugar de aparición de la Santa Compaña.



Al cabo de un rato me paro a descansar y a quitarme la capa de agua aprovechando una zona donde la masa arbolada se abre para dejar sitio a un claro; el sol ha salido y la indumentaria que porto no transpira lo suficiente para evacuar mi sudor. Me alcanzan Lydia y Álex y junto a ellos realizo un tramo impresionante en lo que a dureza se refiere por un camino estrecho y lleno de roderas que obligan a zigzaguear esquivándolas. Toca apretar los dientes y subir de puntillas durante un buen rato.




El Camino abandona el bosque y retorna a la carretera antes de la entrada en Lastra, dónde hacemos un alto para recuperarnos de la fuerte subida. Allí un par de peregrinos que vemos por primera vez nos confiesan que han venido por el camino corto del asfalto ya que en el bar anterior les han dicho que el recorrido es más suave. Prefiero haber recorrido el sendero boscoso a pesar de su dureza, asfalto ya veo bastante en la gran ciudad. Justo en ese momento llega Laura que ha apretado de lo lindo para darnos caza. Volvemos a formar un cuarteto que inicia una bajada por carretera.


No recorremos mucho tiempo por pavimento antes de entrar en un nuevo camino con una subida de las que quitan el hipo, brutal. Con el rodaje que llevamos encima las pulsaciones nos suben pero no lo suficiente para cortarnos la respiración. Al llegar al alto de la Fontaneira (950 metros) un corto trayecto entre árboles y luego por asfalto nos conduce hasta la localidad del mismo nombre.




La etapa se está haciendo larga y se complica en el último tramo porque volvemos a ser golpeados por las rachas de viento constante. El último trecho resulta un tanto pesado con continuos subidas y bajadas, repechos y descensos que alternan pistas de tierra y calzada principal. Y para colmo cuando según mis cuentas deben faltar un par de kilómetros empieza a llover; toca ponerse de nuevo la capa. Al principio el aguacero es llevadero pero empieza a caer agua con fuerza. No hay ningún sitio para parar y el líquido que resbala por la capa empieza a mojarme las piernas y a entrar por los tobillos en mis Salomon.

Ó Cadavo debe estar muy cerca pero no se ve, sin embargo confió en la lógica porque conozco el perfil de la etapa y han pasado suficientes días para controlar los ritmos y tiempos que son precisos para recorrer una distancia. Comienza una bajada muy pronunciada hacia el fondo de una vaguada, se empiezan a ver casas, y luego el pueblo. Hasta ahora permanecía oculto por la orografía del terreno pero comienza a mostrarse ante nosotros.

Ganamos el Albergue Municipal de O Cádavo que está ubicado justo a la entrada de la localidad accediendo por el Primitivo. Y tenemos plaza, sólo hay que registrarse, pagar los 5 euros, sellar la credencial y obtendremos el premio de una ducha caliente. En la habitación ya descansan Antonio y María Jesús, ellos se han escapado de este último aguacero. Nosotros no nos hemos calado, pero si hemos soportado estoicamente el chaparrón después de más de 20 kilómetros de marcha.

Las instalaciones son modernas, nuevas, yo diría que casi a estrenar. Los baños son funcionales y las duchas nos ofrecen merecida relajación con la buena presión de su agua caliente. El problema ahora es secar la ropa para lo que se improvisan tendederos en el pasillo del albergue empleando trozos de cuerda. El tendedero exterior está cubierto parcialmente, es pequeño y no asegura una protección perfecta de la ropa frente a la lluvia; es la única pega que se le puede poner al sitio.

Acostumbrados a nuestro horario peregrino son casi las 15.00 cuando empezamos a movernos para buscar un sitio dónde comer. Hacemos una parada en el cercano Restaurante Pensión Casa Eligio, pero el menú no nos llama la atención. Probamos suerte con otro sitio cuya publicidad he cogido en la sala de estar del albergue, el Restaurante Cervecería Neireo (Avda. de Baralla, justo detrás de la gasolinera del pueblo). Nos colocan en la planta alta, dónde está el comedor y gente del pueblo aprovecha el domingo para comer fuera. El menú cuesta 9 euros: para mí fabes con pulpo (exquisitas), carne de ternera con salsa (nos ofrecen más cantidad si nos quedamos con hambre) y tarta casera de galleta, todo acompañado de vino y gaseosa.




Empieza a llover con fuerza en el exterior, lo vemos a través de las ventanas y así nos lo indican los dos peregrinos que vimos antes en Lastra, cuando se sientan a comer en la mesa de al lado. Lo mejor que podemos hacer es esperar a que escampe, o por lo menos a que afloje la fuerza de la lluvia así que me tomo un licor de café y pido unos periódicos viejos para llevármelos al albergue. Aprovechando un momento en el que la lluvia amaina avanzamos tan rápido como nos permiten las chanclas hacia el albergue.

Allí nos encontramos con Ira y Natasha; Antonio nos cuenta que han llegado tarde, cuando todas las plazas estaban ya ocupadas y le han dado tanta pena a la hospitalera al ver sus rostros de cansancio y sus enorme mochilas que ha hecho la vista gorda y ha permitido que se queden a dormir sobre unas esterillas en la zona común del albergue. Mirja no ha tenido tanta suerte, no ha sido autorizada a pernoctar aquí y ha tenido que proseguir hasta Castroverde, 8 kilómetros más allá.

Con sumo cuidado coloco bolas de papel de periódico dentro de mis zapatillas para que absorban durante la noche la humedad que puedan tener. Dejo el periódico sobrante en el zapatero dónde podrá ser empleado por otros peregrinos para el mismo menester. No hay luz en el albergue, y según comentan otros compañeros tampoco en el resto del pueblo. Son las 5 de la tarde así que me echo una siesta y descanso sobre la litera por un par de horas.

Cuando despierto lo primero que me dice Antonio es que se está oficiando una misa en polaco en la cocina del albergue; pienso que se quiere quedar conmigo hasta que salgo a la zona común y veo que no me mentía; todo se debe a un sacerdote camuflado como peregrino que se aloja entre nosotros. Pasamos un rato sentados cotejando datos de las etapas siguientes y planificando los lugares de parada. Y allí está el peregrino “John Locke”, el simpático anciano es duro de pelar, y siempre llega al destino. Le pido que se haga una foto junto a mí y le cuento el motivo: su parecido con el personaje de la serie de ficción "Perdidos".


A las 20.00 salimos a dar una vuelta al bar más cercano, en la Pensión Casa Eligio nos reunimos Álex, Lydia, Antonio, María Jesús, Natasha, Laura y servidor. Allí están preparados para los eventuales cortes de luz porque disponen de energía a través de un generador de gasoil. Tomamos unas cervezas, picamos un poco de lacón y salchichón casero y cuando casi todos se han retirado a descansar quedamos cerrando el bar Laura, Natasha y yo. Matamos el último tercio de Estrella Galicia 1906 cuando la dueña nos avisa que nos quedaremos sin luz momentáneamente, tiene que repostar combustible en el aparato para que siga funcionando.

Entramos a la habitación a las 23.30 cuando todos duermen; hemos dicho a nuestras amigas israelitas que metan las esterillas en la habitación en vez de dormir en medio de la zona común. El día ha sido largo, muchos kilómetros en una etapa rompepiernas, sin tregua. No obstante la fortuna nos ha sonreído y salvo el chaparrón que nos ha caído encima los últimos 25 minutos de etapa el resto del día únicamente nos ha deparado llovizna ligerísima y muy localizada en determinados tramos.

La siesta vespertina no es óbice para que concilie el sueño vertiginosamente, hoy ni siquiera tengo unos minutos para mí, para meditar y digerir la jornada. Ha sido extenuante pero a pesar de ello siento en mi interior una sensación de calma y bienestar que fluye desde mi mente al resto de mi cuerpo. Morfeo me abraza sin que pueda hacer nada para remediarlo. Y tampoco me opongo demasiado a ello.



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